Esto
de apariencia legamosa
es
donde se aloja la vida,
al
tacto de los dedos deja
al
descubierto las huellas de los dígitos
como
un diminuto jardín zen.
Qué
hechizo tiene lo pequeño
que
te contorsiona a otros retratos
con
un pestañeo impredecible,
o
te envía de viaje a un sitio vivido,
o
a una piel amada ya con nombre turbio.
No
somos esclavos del pasado
sólo
paseantes del presente con un extraño
hatillo, que a veces se abre solo, y otras
no
hay modo de abrirlo
-amnesia
transitoria, dicen-,
y
hasta podemos sentir cómo nos golpean
imágenes
de un después que no entendemos,
y
por eso olvidamos deprisa,
pensando
que estamos soñando
cuando
en realidad estábamos viendo.
Te
he agarrado la mano tantas veces
que
debería dolerte por la presión que mi mente
ha
ejercido,
cuando
me he sentido perdida, sola, angustiada
hasta
no hallar más que el grito,
y
apretaba el puño sabiendo que dentro estaba el tuyo,
aunque
no lo entendieras,
aunque
no lo esperaras,
aunque
no supieras de mí ni el color cambiante
de
mis ojos,
porque
todo el mundo necesita poder confiar
en alguien
y
no hay nadie mejor que un querido tan desconocido.
¿Cómo
podrías decepcionarme si jamás vas a decirme
que
me quieres, o que pase lo que pase
estarás
siempre conmigo?
Nená de la Torriente