Ya
no me apetece llover en agosto,
porque
agosto es agosto
y
no me quedan más lágrimas.
Saco
mis nubes a pasear con traílla
algún
martes esdrújulo, si no hay barullo
en
la calle, y me convierto en un pájaro
ignorando
el ruido de sus alas
y
la fobia que me provocan.
Cuando
hay tormenta -siempre breve,
devota
al verano-,
recuerdo
vagamente la pasión como
el
acto de romper una taza sobre el terrazo,
y
me río como una loca,
una
loca que se desnuda y sale a empaparse
entera.
Después
vuelve la calma, la calma
y
la obstinada melancolía,
porque
en el claro se reflejan todas las cosas,
las
más hermosas
y
las
más feas.
Nená de la Torriente