¡Ay, Señor, no nos des otro
viernes
que nos veamos en éstas!
A
esta señora desmembrada le han salido barbas.
En
ella hemos vivido todos durante siglos;
siglos
de gloria y de hambruna, de guerra,
de
penuria, de florecimiento,
de
viejas épocas donde todo eran pinos y ardillas.
Y
ahora a nuestra señora le crecen barbas
por
donde trepan enanos,
enanos
que quieren pastelitos de nata.
A
la señora le visten unos timoratos, indecisos,
unos ratoncillos con media cabeza
fuera
de su madriguera
-aunque
para arramplar las monedas
parezcan
verdaderas fieras-,
y
entre pitos y tamboriles no llaman
nunca
al peluquero.
Los
que respetamos a la dama
estamos
asombrados de la desvergüenza,
alarmados, frustrados, cansados, irritados y
aburridos
de tanto sastre cagón,
ladrón
y achantado,
y
nos limitamos a pegar gritos
y
a arrimar caceroladas.
Pero
a esta dama desmembrada
se
le van rompiendo las costuras,
y
cuanto más empobrecida,
más
ladrones salen a dar el palo.
Quiero, quiero, quiero, quiero,
y
como hijos mal educados piden
y
rompen más la vajilla, de la abuela,
la
bisabuela,
y
hasta la del amante inglés
de
la tatarabuela más olvidada.
Nená de la Torriente