sábado, 17 de agosto de 2013

-Hipo de ‘hip’-

Andante, no es complejo entender esto,
yo no hago sentencias, sólo pienso en alto,
si me arrepiento tacho en bajo, y sigo pensando.
No puedo dejar de maquinar.
Puedo golpearme la cabeza contra una viga,
pero ¿imaginas las cosas que contaría?
Tal vez mis pensamientos enojarían más, o quién sabe, somos
tan extraños…
Si eres timorato, no sabes, no contestas, estás hecho un lío
vives en un caos, tendrán una palabra para ti,
si resuelves hacia un lado, buscarán otra.
¿Qué más da compañero que escriba en alto lo que esta cabeza
dispersa quiera?
Así al menos se siente acompañada, humana, parte de un todo
no siempre tan humano.
¿Con algún verso te has sentido acompañado?
Si ha sido así ha valido la pena esta doble taza de té.
Sé de la insana costumbre de la etiqueta y el rotulador en mano,
creo sinceramente que se da en las personas que les gusta tenerlo todo
controlado, ¡pues bien, rotulen!
Aunque a la larga francamente no creo que les haga bien, al final
de ese pasillo me da la nariz, que hay un muro de hormigón armado.
También sé de los puristas, de los del trono con forma de nalgas
¡si ya nadie quiere tronos, ni pagar cuotas, ni pertenecer a círculos!
-o quizá me equivoque-
No estoy puesta en tales asuntos.
Que ellos imaginen que soy un gato vagabundo y tendremos la mesa puesta.
Siempre dije que yo era una autora de versos,  pero he comprendido una cosa, que la poesía se vive, es de algún modo no sólo una forma de expresión artística, sino de vida, y llegado a este punto tengo que confesarme poeta, sin reparo alguno, y sin dudar un ápice.
He sido poeta desde siempre y lo seguiré siendo hasta que fallezca,
con o sin versos que valgan la pena.
El poeta tiene una forma de mirar determinada, de vivir y de sentir muy suya.
Sí andante, luego hay otros, que son autores de versos, extraordinarios, con versos sublimes, increíbles, pero que no han sido bautizados o abducidos, o tocados por la poesía, sólo la trabajan y la dominan con un éxito francamente admirable, o desgraciadamente penoso. Esa es la diferencia.
Ahora escribe mi cabeza y mi corazón, pensando o susurrando en alto, nada más.
 Si alguna vez me arrepiento, lo tacharé en bajo.




Nená de la Torriente