Tuviste
tiempo entre muchos ‘buenos días’
y
muchas ‘buenas noches’ a decirme porqué.
No
somos hojas de chopos que caen en las aceras
y
pasan desapercibidas en los sumideros
o
entre el tráfico,
tampoco
figuras de barro decoradas con tinte
imperecedero.
Se
nos borra el gesto, el calor de las manos
se
atenúa, el rictus de la sonrisa se congela,
como
las fotos amarillean en las cajas de hojalata.
Tuviste
tiempo entre un ‘buenos días’
y
un simple ‘buenas noches’ a decirme algo.
No
se puede abordar un barco y dejarlo a la deriva
con
el timón roto, cuando has prometido
que
serás su marinero siempre al silbato,
camarada
de horas bajas, medias o altas
para
todas las olas siempre compartidas.
Saqueaste
el barco y llegó la dispepsia,
la
duda, el miedo, las circunstancias, el
¿ahora
qué hago? ¿Dónde te pongo?
Cuando
este barco herido nunca dijo
¡salvad
mis tablas!
y
mucho menos llevad mi timón.
Nunca
pidió nada, sólo tú ofrecías
siempre
ofrecías.
¿Eres sólo otro barco
más en el océano?
Nená de la Torriente