No
sé cuando perdimos el poder,
en
qué momento, cuál fue la señal
o
el silbato.
Este
país le hicimos nosotros,
le
parieron las hijas de las modistas,
los
taxistas, los barrenderos, los estudiantes
y
sus locuras en los bajos de todas
las
Plazas Mayores.
Los
profesores y los médicos, las limpiadoras,
las
amas de casa y aquellos benditos serenos
que
daban voz en la noche.
Esta tierra era nuestra, entera, levantada desde
su
tumba de malos recuerdos,
como
se acuna un bebé desnutrido
sin
mirar hacia otro lado.
Y
ahora ¿cuántos son? ¿Quiénes se creen
sus
legítimos herederos?
Un puñado de trajes huecos.
Nos
sentamos en el sofá, otros en las aceras
desahuciados
por los legítimos-ilegítimos,
y
les escuchamos hablar y mentirnos
con
la naturalidad de los actores,
una y otra vez,
como quien repite curso,
y
perdemos el estómago por no entender
qué
ha pasado, cuándo nos quitaron el poder de
todo
ésto que era nuestro.
Nená de la Torriente