Una
impresión loca,
tan
loca que está viva,
bebe
del canto de los charcos,
temerosa
y tímida.
En
la noche cerrada,
a
ciegas para los hombres
va
y viene enloquecida,
hurgándose
sin ser vista,
tan
libre como el mismo aire,
aullando
como la gemela loba.
Tú
no la podrás ver nunca,
ni
tú, ni él, ni aquella,
no
por ser menos,
ni
ser poco inteligentes,
sino
por ser ciegos a la locura.
El
poeta errante, el que no ambiciona,
el
que aún sabe vivir de un sueño
no
sólo la escucha,
habla
con ella y la invita
a
pernoctar con su velo rasgado.
Hasta
llega a enredarse en ella
como
un coma dentro de otro coma.
Nená de la Torriente
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