Hoy
casi no te he escrito, 
he
dejado mis dedos posados 
en
la arena, 
y
mi mente en un laberinto 
de
símbolos complejos,  y 
de
palabras ríspidas 
con
una cierta cadencia. 
Ya
que el sol se alarga 
como
un ciprés orgulloso, 
dejaré
que mis ojos se pierdan 
en
tu horizonte, 
porque
tu mar es el añil más intenso, 
el
índigo más brillante de todos 
los
azulados. 
Necesito
pureza,  tu inocencia, 
el
gorrión que llevas en el pelo 
y
que suele anidar en tu boca, 
aunque
no me gusten las aves. 
Tú
me salvas, 
arrancas
el silencio más vocinglero 
de
entre todas mis prudencias, 
la
sonrisa dibujada para ser sonora, 
y
todo lo mejor de mí. 
Nená de la Torriente 

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