Para
amar hace falta que llueva.
Que
se despierten los sentidos, todos,
en
su plenitud exacta,
no
basta con uno dormido, o dos aturdidos
con
un lúcido y bien avisado.
Es
un avivar el fuego desde el mismo
tronco
recién partido.
No
importa si el curso de esa combustión
es
apresurado o es tardío.
Las
flechas son a las dianas,
como
las cartas a las vidrios marinos.
Porque
el que ama en nada piensa, sólo ama,
pero
este ciclo cubre sobradamente,
y
el que en algo falla, ya no ama.
En
su delirio siente querencia o deseo
de
alguna parte de su cuerpo,
o
su deseo es la necesidad de un abrazo
que
puede confundirse con el amor mismo,
si
la carencia es desmedida.
Por
eso el término amar suele estar tan contuso,
y
es preciso tratarlo con el mayor miramiento.
Nená de la Torriente
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Háblame