Ha
llegado hasta mí ese rizo de ola 
que
madruga, 
que
rasga la arena con traviesa 
naturalidad. 
Apenas
he dormido. 
El
aire limpio se pega a la piel 
como
el abrazo de los niños 
que
ya no están, 
y
hace que sienta frío. 
Hoy
las aves en la quietud de todo 
no
me parecen tan temibles, 
ni
siquiera la línea del horizonte es 
anhelo de llegar a rozarle, 
de
probar su infinito plano. 
Soy
sólo una mujer que camina 
por
la arena húmeda 
llena
de cascaretas. 
Nená de la Torriente

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