Nadie
puede ir quitando espinas
de
las patas a los leones,
ya
no por miedo
-que
es motivo suficiente-,
sino
porque no sabría por dónde
empezar
a buscarlas.
Así
los hombres, están llenos de púas,
algunos
heridos de muerte,
y
aunque quisieras sacarles
hasta
la última punta que rompe
en
su carne, no podrías.
Las hay que están tan escondidas
que
ni han dado señas de su mal
sólo
asoman su sangre
con
encolerizadas maneras,
en
una ira aniñada e irracional;
nombrada
por algún psicólogo,
si
es de la rama freudiana, ‘pichicólogo’ ,
como
un trastorno psico-defectuoso,
-andemos
lejos de aquellos
que
hacen juicios tan nefastos-.
Di
la verdad ¿acaso no te gustaría quitar
todas
las púas que vieras?
Lo
malo, o no necesariamente malo,
es
que muchas de esas púas
no
desean ser extraídas.
Se
gustan encarnadas y humedecidas
de sangre aún perfumadas,
porque
quizá recuerden así otras épocas,
otros
pecados,
de
aquellas otras distancias perdidas.
Nená
de la Torriente
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