viernes, 6 de julio de 2012


Nadie puede ir quitando espinas 
de las patas a los leones, 
ya no por miedo 
-que es motivo suficiente-, 
sino porque no sabría por dónde 
empezar a buscarlas. 
Así los hombres,  están llenos de púas, 
algunos heridos de muerte, 
y aunque quisieras sacarles 
hasta la última punta que rompe 
en su carne,  no podrías. 


Las hay que están tan escondidas 
que ni han dado señas de su mal 
sólo asoman su sangre 
con encolerizadas maneras, 
en una ira aniñada e irracional; 
nombrada por algún psicólogo, 
si es de la rama freudiana,  ‘pichicólogo’ , 
como un trastorno psico-defectuoso, 
-andemos lejos de aquellos 
que hacen juicios tan nefastos-. 

Di la verdad ¿acaso no te gustaría quitar 
todas las púas que vieras? 
Lo malo,  o no necesariamente malo, 
es que muchas de esas púas 
no desean ser extraídas. 
Se gustan encarnadas y humedecidas 
de sangre aún perfumadas, 
porque quizá recuerden así otras épocas, 
otros pecados, 
de aquellas otras distancias perdidas. 





Nená de la Torriente

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