Le
duele más la vida
al
preso, que de tanto ansiarla
la
mima, el respeto le gana
en
la distancia
y
aprovecha de ella cada esquirla
que
se le escapa o regurgita.
Mírate
vencido, y todo el barro
para
unos pies dormidos que no brincan.
Pierdes
los ojos en no sé que tizne
en
el dedo,
o
que dislate de grieta en la uña.
Te metía preso sólo un día,
que
teniendo el sol y la luna
y
un par de piernas y un par de ojos,
no
ves la enorme fortuna, sino la miseria
de
un punto sobre la arena.
Derrochas
toda la herencia
que
los padres de tus padres, y
los
padres de aquellos te cedieron,
como
un niño ridículo, consentido,
que pone pucheros cada tarde
sin
su piruleta querida.
Nená de la Torriente
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