sábado, 21 de julio de 2012


Hay una estancia vacía 
en cada corazón, 
que ya no espera llenarse nunca. 
Está ahí como está alguna balda 
desocupada, 
que quizá tuvo un motivo,  o 
se ideó para estar llena. 





No afea la pared ni la extraña, 
pero permanece allí quieta, 
deshabitada y desierta. 
Alguna vez parece que vamos 
a colmarla, 
y alargamos los brazos con cuidado, 
pero en el último segundo 
malogramos la intención de ocuparla. 
Y pasa el tiempo,  y esa estancia vacía 
ya nos es tan familiar como estimada. 
Se nos hace a todas las habitaciones 
en que convertimos nuestra intimidad 
inerme y llena de candados. 
Una, dos,  tres,  cuatro,  en el segundo piso 
la sexta,  la octava en el tercero. 
Nos construimos un ‘hotel’ familiar con 
‘doñas y dones’, 
flaquezas o virtudes con nombres propios, 
y secretos,  miles de secretos. 




Nená de la Torriente

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