Hay
una estancia vacía
en
cada corazón,
que
ya no espera llenarse nunca.
Está
ahí como está alguna balda
desocupada,
que
quizá tuvo un motivo, o
se
ideó para estar llena.
No
afea la pared ni la extraña,
pero
permanece allí quieta,
deshabitada
y desierta.
Alguna
vez parece que vamos
a
colmarla,
y
alargamos los brazos con cuidado,
pero
en el último segundo
malogramos
la intención de ocuparla.
Y
pasa el tiempo, y esa estancia vacía
ya
nos es tan familiar como estimada.
Se
nos hace a todas las habitaciones
en
que convertimos nuestra intimidad
inerme
y llena de candados.
Una, dos, tres, cuatro, en el segundo piso
la
sexta, la octava en el tercero.
Nos
construimos un ‘hotel’ familiar con
‘doñas
y dones’,
flaquezas
o virtudes con nombres propios,
y
secretos, miles de secretos.
Nená de la Torriente
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