martes, 10 de julio de 2012


La seguías. 
Eras esa única nube 
en un cielo azul intenso 
encima de la toalla extendida. 
Ella tumbada,  tú arriba, 
movía tres metros su posición 
y tú eras impelido por el viento. 
La seguías. 
Un paso detrás de sus pasos, 
ese clac que hacía que se diese la vuelta 
una y otra vez,  sin nadie detrás.  
Sin simetría,  un ruido nada más, 
un sonido descuidado y torpe. 
La seguías. 
Un rostro plano en el sueño, 
el que estaba allí y ella no podía ver, 
el que la salvaba, 
el que la tapaba, 
el que la amaba. 
La seguías. 
Nunca has dejado de buscarla, 
de acompañarla,  de imaginarla, 
y ella lo ha sabido siempre. 




Nená de la Torriente

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