El
ladrido del podenco
desgana
mi hambre y hace
que
olvide las ausencias.
Reclama
un mar, muy lejos
de
este mar y de este cielo.
La
humanidad no era esta
humanidad,
ni
la generosidad era esta cesta.
Estaba
confusa, ahora no.
Heredé
conceptos obsoletos
a
los que me aferro los martes
y
los jueves, por su extrema belleza.
Los
lunes y miércoles aún creo en ellos,
y
los viernes bajo la cabeza.
Ser
una extraña criatura contigua,
inadaptada, anexa a las cosas secundarias
me
da ciertas ventajas.
Bebo
de fuentes recónditas,
cruzo
puertas no accesibles para todos.
No
uso tarjetas de presencia y foco
ni
doblo el espinazo ante una firma,
un
talón, un elogio.
Puedo
amar todo
sin
que se me acusen de traición
o
de incoherencia,
y
cuando digo amar es amor,
arrimando
todas las letras a mi boca.
Sufro
cuando sufres
y
me alegro cuando te alegras,
como
una esponja recibo lo que tú recibes.
Cuando
eres tonto, te veo tonto,
¡ah! pero
cuando brillas me ciegas.
Nená de la Torriente
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