Cuando
él escribía un poema
intentando
nombrar los diez últimos libros
que
había leído en los dos últimos meses,
yo
le subrayaba los autores con lapicero,
para
que contase la cantidad de palabras
que
había puesto de más.
Pensaba,
en su inocente y tierna vanidad
-sí,
tierna-,
que
los rótulos eran mi sorpresa
por
tantísimo conocimiento.
Nunca
llegamos a decirnos claramente
la
verdad.
Él
cambió de isla, y yo nunca quise hablar
su
lengua,
estábamos
condenados al desencuentro.
Él
creaba las imposiciones, había nacido
para
hacerlo,
como
yo para detestarlas, o al menos
para
disponerme por naturaleza
en
contra de ellas.
Nunca
me han puesto triste las partidas,
ni
los pañuelos blancos en el puerto.
Me
gustan los cruces de caminos
y
las vías de trenes.
No
se llora por lo que pierdes,
se
sonríe por lo que has tenido.
No
me es posible concebir el mundo de otra manera.
Nená de la Torriente
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