lunes, 9 de julio de 2012


Cuando él escribía un poema 
intentando nombrar los diez últimos libros 
que había leído en los dos últimos meses, 
yo le subrayaba los autores con lapicero, 
para que contase la cantidad de palabras 
que había puesto de más. 




Pensaba, en su inocente y tierna  vanidad 
-sí, tierna-, 
que los rótulos eran mi sorpresa 
por tantísimo conocimiento. 
Nunca llegamos a decirnos claramente 
la verdad. 
Él cambió de isla,  y yo nunca quise hablar 
su lengua, 
estábamos condenados al desencuentro. 
Él creaba las imposiciones,  había nacido 
para hacerlo, 
como yo para detestarlas,  o al menos 
para disponerme por naturaleza 
en contra de ellas. 
Nunca me han puesto triste las partidas, 
ni los pañuelos blancos en el puerto. 
Me gustan los cruces de caminos 
y las vías de trenes. 
No se llora por lo que pierdes, 
se sonríe por lo que has tenido. 
No me es posible concebir el mundo de otra manera. 



Nená de la Torriente

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Háblame