El
cielo se abrió y dejó caer un cántaro
que
llevaba guardado durante siglos.
Rasgó
su azul, y no llovía
Dejó
caer de su vientre un océano
de
agua dulce, anegando la tierra.
Absoluto
y rotundo, complejo y pleno,
en
medio del camino la desnudez
se
sintió más evidente.
¿Qué
es la profundidad de unos ojos,
de
un beso, de un cariño?
Si
hay un metro que lo mida, hoy no lo quiero.
Yo
quiero saber por qué a veces el cielo
se
agrieta y arroja cántaros,
pero
no llueve;
sin
embargo otras,
de
su vientre sólo suda, suda lluvia.
Nená de la Torriente
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