miércoles, 18 de julio de 2012


Éramos dos vagabundos 
buscando esquinas y aristas 
que doblar sin ser vistos. 
La noche un baile de luces 
sin propietario,  un buffet libre 
de hambres sin pecado, 
un banquete de sin nombres 
donde sobraba de todo. 
La mañana siempre anodina, 
traía mondas de patata, 
como quien recuerda olores 
de orín o de jabón Lagarto, 
antagónicos sin amenaza 
punible. 
Lo peor,  el medio día.
El sol alto,  arrogante 
dominando todo lo que celebra 
su sombra, 
y tú y yo,  escondidos, 
ocultándonos de su evidencia 
con nuestra casa ficticia 
en una calle pendiente. 
Y dejamos de ser vagabundos 
un día cualquiera, 
sin razones aparentes. 
El hatillo se convirtió en maleta 
y el verbo se deslizó a juicio 
haciendo del chamizo una cama. 
Y todo se fue al garete en esa vida 
sin fasto,  libertada, 
y cobrada manga a manga. 





Nená de la Torriente

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