Éramos
dos vagabundos
buscando
esquinas y aristas
que
doblar sin ser vistos.
La
noche un baile de luces
sin
propietario, un buffet libre
de
hambres sin pecado,
un
banquete de sin nombres
donde
sobraba de todo.
La
mañana siempre anodina,
traía
mondas de patata,
como
quien recuerda olores
de
orín o de jabón Lagarto,
antagónicos
sin amenaza
punible.
Lo
peor, el medio día.
El sol alto, arrogante
dominando
todo lo que celebra
su
sombra,
y
tú y yo, escondidos,
ocultándonos
de su evidencia
con
nuestra casa ficticia
en
una calle pendiente.
Y
dejamos de ser vagabundos
un
día cualquiera,
sin
razones aparentes.
El
hatillo se convirtió en maleta
y
el verbo se deslizó a juicio
haciendo
del chamizo una cama.
Y
todo se fue al garete en esa vida
sin
fasto, libertada,
y
cobrada manga a manga.
Nená de la Torriente
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