viernes, 20 de julio de 2012


La vida cansa,  cansa mucho. 
Para no recordar, inventemos. 
Creemos un lugar especial,  tanto 
como lo somos nosotros, 
a la medida de nuestro pié. 
Quizá quepa otro par de pies, 
o unos cuantos más, 
dejemos estar eso. 
El cielo –porque podría  haber un cielo- 
sería de color ámbar, 
pero sería asfixiante. 
Amarillo, 
pero resultaría caluroso, 
verde,   enloquecedor. 
Tendría que ser azul relajante. 
El suelo,  podría ser gris, 
demasiado triste, el malva 
 resultaría inseguro. 
El verde sería gozoso. 
Pero si azul,  si verde,  no cambiaría mucho 
el color de mi norte. 
Dejemos estar esto. 
Y si ¿andásemos al revés? 
Tendríamos que invertir el sistema circulatorio. 
No tiene ningún sentido,  y además acostumbrarse. 
Suprimido. 
Pasemos a cuestiones de otra índole. 
¿Qué se hace en un mundo imaginado 
que sea distinto de un mundo real, 
y que por supuesto resulte atractivo? 
Dejar de pensar. 
Dejar de amar. 
Dejar de escribir. 
Dejar de llorar. 
Dejar de comer. 
Dejar de dormir. 
Dejar de soñar. 
Dejar de pintar. 
Dejar de recordar. 
Dejar de dejar. 
Supongo que el mundo real no es tan aburrido, 
y recordar no es tan malo. 



Nená de la Torriente

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