Te
quiero porque existes
y
no me combates,
porque
te alegran mis alegrías,
porque
me alegran tus alegrías,
porque
eres azul como
los
lagos e infrecuente como
las
edelweiss.
Te
quiero por tu cadencia
de
ser humano, por ese
sufrimiento
que ya no ocultas,
por
tu desgana, por tu valor
y
por el frío que atrapa
tu
cabeza en las horas muertas.
Te
quiero desde siempre y para
siempre, algo tan natural
como
necesario,
tan
vital como el propio latido
bombeando
los días y sus noches.
Te
quiero porque he nacido
para
encontrarte,
quizá
no para gritarlo,
pero
sí para quererte de este
modo
tan incondicional.
Nená de la Torriente