Qué
clase de cosa
haría
que mi mundo dejase de contarse.
Supongo
que ni un terremoto fiero que
sepultara
las palabras, que las borrase,
que
limpiase la memoria de los hombres,
porque
inventaría otras nuevas.
No
sé de qué material o sonido,
o
no sonido,
qué
gesto, expresión sería,
pero
querría tocar a otro, acariciarle,
rozar
sus dedos, rozar las extensiones de
cabello
del cielo- el auténtico de ángel-
para
no regresar nunca.
Y
no es que tenga un legado de palabras importantes,
ni
siquiera son necesarias,
ni
grandes, ni elocuentes,
es
que en ellas va lo más mío
que
es una parte afín a la de todos:
Mi
íntimo fárrago.
Nená de la Torriente