no
vamos a negarlo a estas alturas.
No
hay claridad más limpia que
la
que te da un buen tinto
a
esa hora clara del día,
que
amanece un sol dentro de otro.
Esa
luz de carburo en la frente,
ese
punto que está cuando es preciso,
ese brillo que reconoce el hallazgo
en
otros ojos, y jamás se extravía.
Como
tú y yo ya no quedamos,
han
debido de abducirlos esos extraños,
o
se han muerto de pena por no verse.
Y
es que para todo en esta vida hay rebaños
y
cada uno busca su apeadero,
y
nosotros no quisimos parar nunca,
siempre
nos fue el traqueteo.
El
corazón demasiado grande
o
el cerebro muy pequeño.
Nená de la Torriente