Cuando
me pregunto si me he muerto
no
titila ninguna estrella
y
el mar parece una postal.
Los
sonidos,
amordazados
en alguna cueva
se
esconden de mi caracola,
y
ni el llanto viene de visita.
Ya
pasa la media noche
y
me deja ver una farola,
no
siento el frío de la calle.
Nadie
camina.
Nadie
suena.
Dejan
mis manos de escribir.
No
me escucho tras este aliento
apenas
cálido
que
se tropieza con mi pelo.
Intento
hablarle al corazón,
a
veces él sí responde,
pero
también calla.
Soy
esta misma naturaleza despoblada,
a
oscuras, yacente, impar y fría,
calladamente
quieta.
No
quiero volver a casa.
Nená de la Torriente