Qué
nos queda cuando a la mitad del camino
nos
pensamos el fin de la historia.
Cuando
la historia está escrita -o eso creemos-
y
nos damos cuenta demasiado tarde.
Qué
lastre la fe para que el que cree y descubre un día
que
no era así como debía sostenerla,
que
no es un papiro ni un incunable
sólo
hojas en blanco que reponer a cada hora.
Qué
desastre el enamorado de otro ser con el que ha invertido,
todo
cuanto tiene, todo cuando siente,
y
al sonar la campana el grito de ‘al patio’
le
confunde y le amarga.
No
hay propiedades, ni palabras pequeñas, ni palabras
sagradas, sólo segundos horneados con besos y abrazos
siempre
perdidos por necedades y orgullos.
Déjame
mirarte todo lo que pueda, todo lo que tú me dejes,
y
besarte hasta me duelan los labios,
y
el tiempo,
y
la palabra enmudezca porque haya entendido.
Nená de la Torriente