Muerdo
la manzana
en
el paraíso.
Se
oxida su orilla delicadamente
como
las lindes de la rosa,
y
recuerdo lo perentorio,
la
debilidad de los cuerpos;
cómo
se lleva la prisa la belleza
y
no me importa.
Logra
a mis ojos hacerlo
todo más luminoso,
todo
por ser efímero,
primorosamente
breve, leve,
como
una mente ingrávida
llena
de ideas sutiles.
Nená de la Torriente