lunes, 7 de enero de 2013


Muerdo la manzana 
en el paraíso. 

Se oxida su orilla delicadamente 
como las lindes de la rosa, 

y recuerdo lo perentorio, 
la debilidad de los cuerpos; 
cómo se lleva la prisa la belleza 
y no me importa. 

Logra a mis ojos hacerlo
todo más luminoso,

todo por ser efímero, 
primorosamente breve, leve, 
como  una mente ingrávida 
llena de ideas sutiles. 



Nená de la Torriente