León triste,
siempre quieto.
No hay segundos, ni suspiros,
ni el rugido de ninguna selva.
Miras el paso de los otros,
una y otra vez, sin saber cuántas
ni el porqué.
En algunas ocasiones -remotas-,
te preguntas quién eres, qué eres,
qué suerte te ha puesto en ese lugar,
si acaso tienes algún fin,
pero enseguida lo olvidas,
en cuanto un pájaro pone
sus patas en tu cabeza.
Todo está bien dentro, todo está bien.
Sólo sufres por estar condenado
a la mudez.
Nunca podrás decir:
‘Hola, ¿Qué tal estás?
¿Todo bien?
Me encanta como hueles,
¿puedes acercarte un poco más?.
Anda, dime que me quieres’.
Nená
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