La hiedra soñó con el prado
y el aroma de hierba enredado a su tallo.
El cielo, vacío de inquilinos,
con tener lindes que le llamasen por su alias.
La mañana con levantarse vieja,
sin más monerías de niña
que las aprendidas por galanteo.
El río con ser primavera de pétalos
en lugar de gotas de agua.
Ella soñó con un hombre sencillo,
y él con proteger
a una mujer de los demás hombres.
Pero el sueño dejó de soñar.
La hiedra corría lejos de la hierba.
El cielo infinito se pobló de aves.
La mañana siempre nueva.
El río siempre agua.
Ella se abrazó a un enigma,
y él no supo protegerla de tanto duelo.
Nená
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