Quién le iba a decir a esta piedra,
que llegaría un hombre
con pantalones anchos,
el pelo alborotado,
y que la rasparía de musgo
y de humedades.
Que esperaría al sol del mediodía,
un día, dos días,
y al tercero la pintaría de azul entera.
No contento con su proeza,
dibujaría un galgo, y para hacerlo más imperial
alzaría sus bellas orejas -perfilaría a Anpu,
más tarde Anubis-,
más tarde Anubis-,
y así acercaría Egipto a estas costas.
Si te acercas y colocas tu oreja
aún puedes oír bajito
una voz tenue que sale del interior de la piedra
exclamando,
¡quién me iba a decir a mí!
exclamando,
¡quién me iba a decir a mí!
Nená
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