Déjame entrar en tu vida.
Véngame del infierno
de no tenerte,
de no adivinarte,
de no contar tus dedos
con mis dedos,
ni saber a qué sabe tu sal
sobre mi vaina de sal.
Sello los ojos y me queman,
por imaginarte despierto
y no poder morder tu barbilla,
ni enredar mi pelo en tu espalda
como una sierpe imprudente.
Véngame de este infierno
y ódiame un poco,
sólo un poco,
pero invítame a entrar.
Nená
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