‘Esbelta línea
que separa dos mundos,
el mío y el vuestro’
-pensó el poeta-.
Y en ese lance inició
la despedida.
No se dio cuenta de que su furgón
partía tardo, pero sin desvíos,
se desvinculaba de lo efímero,
el caldo suculento y nada insípido.
Caminaba hacia lo etéreo,
ligeramente soporífero.
Perdió la cuenta de la arruga,
de la herida, la vaina y de la entraña,
y se adentraba en el nimbo de los puros,
en la virginidad del otro mundo.
Compuso su epitalamio
para afianzar sus lazos.
Él era especial, un poeta,
un ser extraordinario,
y perdió la perspectiva
de sus mapas reconocibles,
de sus dedos, de sus labios,
hasta rebautizarse en un ser nimio.
Nadie fue a rescatarlo.
Nadie.
bonito e interesante artículo.
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