Son las cuatro de la mañana.
La cama me ha dicho ‘vete’.
Tendré que reconquistarla
o acercarme de puntillas
por el lado de la ventana,
y cuando esté distraía
zambullirme bajo el edredón despacio,
sin que se dé cuenta.
No es la primera vez que me echa,
le molesta mi pelo enmarañado,
y que dé tantas vueltas,
y que escriba en las sábanas,
y que encienda y apague la luz tanto
para sacar un par de libros
que duermen debajo de ella.
Llega a un punto que me grita, ‘largo,
si no quieres dormirte sobre mí te marchas’,
y lleva toda la razón,
es una cama muy sensata.
Ya me he tomado un té,
se me han congelado los pies,
pero aún tengo los ojos
de lechuza despierta,
si me presento así
es capaz de hacerse un nudo
antes de que la invada.
Los muebles de mi casa
tienen personalidad propia,
les he dado demasiada libertad
y éstas son las consecuencias.
Nená
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