No soy un número,
ni un monigote boca arriba
que se coloca el lápiz como un coletero.
Me desahogo, es cierto, escribo como
hablo, deprisa, porque si no estaría
hablándole a las paredes,
y son más dóciles las teclas
que mis vecinos.
Ya sé que por contar no es,
es por salir de mí un rato
y volver con un lazo si es preciso,
que más parece un problema neuronal
que una visión artística
con tintes románticos.
Si me miro de cerca y veo
estas manos tan blancas,
a veces pienso que no son mías,
¿de quién esas uñas?
¿De quién esos dedos?
Parecen soldados que conocen caminos
que yo desconozco,
y en cierta medida me irrita.
Teclean, una y otra vez, y parecen libres
de general y mando.
‘Estaros quietas por hoy’, les digo,
y se acurrucan en mi cuerpo.
Enseguida salen de su cálida cueva
y preparan té, y bizcochos, y hacen cosas,
muchas cosas, pasan las hojas de los libros
con la desvergüenza de los muy conocidos.
Hasta que caen rendidas y
buscan acurrucarse entre mis brazos,
y yo caigo con ellas,
y ambas nos dormimos.
Nená
No pares
ResponderEliminarPrometido. Pero tú danos, no hay nada más gozoso que leerte.
ResponderEliminarNená