Cuando pintas dejas
al moribundo que te pesa,
al monstruoso enemigo
que te juró venganza.
Escupes la palabra no dicha,
el folio de insultos de un pasado
de manifiestos,
de pies descalzos con callos.
Tonos ocres, negros, grises.
Sacas de ti lo lóbrego,
el pecado de tu padre,
de tu madre,
de ti mismo
por aquella novia tuya,
a la que nunca dijiste te quiero;
y aquella guerra que perdiste,
tu juventud.
Eres más viejo,
mucho más viejo,
pero sigues siendo el gran pintor
de la calle del Sol, número 4.
Nená
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