jueves, 9 de febrero de 2012


La voz puede recorrer el tiempo 
que marcan las agujas, 
sin que nos demos cuenta. 
Temblar como el jato recién nacido. 
Sonar como el oleaje de un 
mar soliviantado en el cielo. 

Dar el calor de miles de plumones de oca.
Convencernos de las más increíbles 
patrañas y espejismos. 
La voz puede enamorar, 
volvernos locos, 
como provocarnos irritación y enojo, 
tanta que acabe en ira. 






Nená

4 comentarios:

  1. ¿Has visto nacer un terneruco? El temblor de los jatos es sobrecogedor, como lo son algunas palabras.

    Neni

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  2. Claro que sí.
    Procedo de una familia de agricultores y ganaderos. Pero hace 46 años, que son los que tengo, no se decía así. Decir ahora que eres ganadero casi supone decir que tienes cientos de cabezas de ganado. Antes se decía que tu padre trabajaba las tierras y se dedicaba a la labranza (fíjate ésta palabra, labranza). Nosotros, en mi pueblo teníamos dos vacas para el consumo y para vender algún ternero. Y sí, claro que los vi nacer, con las patas por delante, con toda esa humedad amniótica, con todo ese olor... En fin.

    ¿Tú has tenido vacas?

    Un beso,

    Manuel.

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  3. No, no he tenido vacas, pero me he colado en todas las cuadras.

    Nená

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