Sé bien que tu sombra
me coloca en extrañas baldas,
y me cuelo en tus brazos,
cuando tus ojos pasean por mis letras.
Como sé que tu soberbia
me tizna de carboncillo
y me arroja a un abismo
de sectarios,
donde no me gusto
y me aprieta la falda.
Soy la turba del aplauso
que busca el arrogante.
Lo entiendo, y no es malo,
es el pan que busca el que tiene hambre.
Pero aprendo que lejos
la sombra se hace más delgada,
y te sobran dríades con
bellísimos bosques,
sílfides con irisados remolinos de aire.
No me necesitas.
Y los días languidecen con ese color
perturbador
que deja la mente agitarse,
y al corazón azorarse,
como si se tratase de un juego de niños,
o de una apuesta baladrona.
Nená
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