miércoles, 8 de febrero de 2012



Aquí no hay montañas 
sólo montículos,  semejantes 
al vientre de las damas 
que sestean plácidamente. 

Los pinos juegan a crecer 
en los poros de su piel, 
de jóvenes a viejos, 
hasta llegar a un mar callado, 
tan nítido, 
que uno puede leer su  historia 
sin mojarse los pies. 



Diminutos puntos de corales rojos 
se levantan con la arena, 
y la mañana huele a leña 
y a resina, 
y al día que aún no despierta. 
Cuando veo las acederas 
recuerdo mi prado de dientes de león 
y poleo menta, 
y esa lluvia caída en racimo, 
día tras día, 
sobre el verde esmeralda. 
Después recuerdo mi Madrid 
y su frenética carrera, 
donde todos son de fuera, 
y por esa razón se sobreviven. 

Demasiados lugares 
en la memoria, 
para vivir con amnesia. 






Nená

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