Aquí no hay montañas
sólo montículos, semejantes
al vientre de las damas
que sestean plácidamente.
Los pinos juegan a crecer
en los poros de su piel,
de jóvenes a viejos,
hasta llegar a un mar callado,
tan nítido,
que uno puede leer su historia
sin mojarse los pies.
Diminutos puntos de corales rojos
se levantan con la arena,
y la mañana huele a leña
y a resina,
y al día que aún no despierta.
Cuando veo las acederas
recuerdo mi prado de dientes de león
y poleo menta,
y esa lluvia caída en racimo,
día tras día,
sobre el verde esmeralda.
Después recuerdo mi Madrid
y su frenética carrera,
donde todos son de fuera,
y por esa razón se sobreviven.
Demasiados lugares
en la memoria,
para vivir con amnesia.
Nená
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Háblame