Seamos verbo, no carne,
levedad viva, no
peso de pasión tumultuosa.
Exhalación de magnificencia,
expresión de otro firmamento.
Después volvamos a la mano,
a sus dedos,
despacio, muy despacio,
como quien no recuerda
de qué mundo regresa.
La mente ruborizada
no entiende dónde ha estado,
en qué estación paró
y qué vieron sus ojos.
El cuerpo, siempre insignificante,
le toma la delantera
con un generoso escalofrío:
¡Tonta! –Le dice- Has gozado.
El verso es la vena más antigua
que une el cielo con la tierra.
Nená
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