Por lo menos
nos queda ese tiempo
sin prórrogas,
yo con el lazo en el pelo
tú con la raya marcada,
oliendo a piel de mandarina
y a herrumbre de columpios.
Zapatos gastados,
calcetines que resbalan,
nada de brackets
ni modernas tendencias.
También aquel sabor
en la boca,
de caramelos que estallaban dentro
-que ya no son como los de ahora-,
que las horas no tenían prisa,
y el gozo de saltarse los dos rombos
siempre a escondidas.
Y sobre todas las cosas,
que la palabra futuro
aún fuese una total desconocida.
Nená
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