El hombre mediocre
termina bailando
con versos mediocres,
tarde o temprano
enseña el pié en el río,
agotado del esfuerzo
de sentir lo que no siente,
de escribir lo que no conoce.
Y el hombre sensible acaba
abandonando el verso
por terminar ensartado en su propio verbo,
por sentir tanto,
por ser tanta alma entre tanto verbo.
El poema es un cofre,
una caja de seguridad
nada segura,
expuesta y dardeada por mil ojos.
Es el amor, el odio, la cintura,
el miedo y el terror
a ser descubiertos.
Te ofreces, a veces a manos llenas,
te columpies en la línea del vértigo,
y no sabes regresar a tu vida
sin llevarte los versos.
A menudo a rastras,
a veces a escondidas.
Se es poeta para siempre,
no hay renuncias.
Por eso los sensibles
que no pueden con su carga
dejan de escribir,
y los otros lo dejan
porque nunca fueron poetas.
Nená
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