miércoles, 15 de febrero de 2012


El hombre mediocre 
termina bailando 
con versos mediocres, 
tarde o temprano 
enseña el pié en el río, 
agotado del esfuerzo 
de sentir lo que no siente, 
de escribir lo que no conoce. 

Y el hombre sensible acaba 
abandonando el verso 
por terminar ensartado en su propio verbo, 
por sentir tanto, 
por ser tanta alma entre tanto verbo. 

El poema es un cofre, 
una caja de seguridad 
nada segura, 
expuesta y dardeada por mil ojos. 
Es el amor,  el odio,  la cintura, 
el miedo y el terror 
a ser descubiertos. 
Te ofreces,  a veces a manos llenas, 
te columpies en la línea del vértigo, 
y no sabes regresar a tu vida 
sin llevarte los versos. 




A menudo a rastras, 
a veces a escondidas. 
Se es poeta para siempre, 
no hay renuncias.
Por eso los sensibles
que no pueden con su carga
dejan de escribir,
y los otros lo dejan
porque nunca fueron poetas.







Nená

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