Sabía que vendría a buscarme
a golpear mi alambrada de versos,
mi algente escudo.
No conocía el camino ni la puerta,
la ventana que al vuelo iba a cruzar
como un espectro.
El ángel desertó, bañó mis labios
con el sabor amargo de la partida
y dejé de sonreír,
como un hambriento sin pan
en el gabán de los imanes,
esos que atraen a los sueños.
Me venció la inocencia,
saber que lo invendible
se subasta antes de ser pronunciado,
que las palomas tienen plumas
y no son aves de ningún paraíso,
que el recuerdo vuelve caprichoso
siempre sin licencia,
y que jamás creyeras en mí.
Nená
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