sábado, 21 de enero de 2012

-Un cuento de sábado-

Escuchad que este cuento de fantasmas y de vivos va a comenzar:

El vivo vivía en la calle Carretas número 33,  el muerto en la misma calle y el mismo número. El vivo se llamaba Segundo,  y ocupaba el cuarto piso izquierda. Abajo vivía un fantasma que cada noche aullaba que arriba vivía un espectro,  porque como bien es sabido,  los fantasmas suelen vivir en los altillos, o en su defecto en los pisos de arriba, y este fantasma no sabía que era un difunto.  Segundo se había quedado viudo hacía unos meses,  y se había mudado a aquel piso más pequeño,  para no dolerse con los recuerdos de su casa anterior.  Al llegar la noche,  daba vueltas por la casa desesperado al acordarse de su María, tan buena y tan  dulce,  hasta caer rendido en el sofá.  En el piso de abajo,  años llevaba un fantasma empolvado y solo,  que aburrido del no tiempo,  había construido el suyo.  En todos los años que llevaba allí,  no había sentido a nadie en el piso de arriba,  luego aquellos pasos tenían  que ser de un fantasma   pensó,  y atemorizado cada noche,  se arrebujaba en las esquinas muerto de miedo,   gritando ‘vete,  vete,  diablo  maligno’,  y claro sus gritos fueron subiendo de intensidad.   Segundo comenzó a escuchar voces cuando llegaba la noche,  débiles al principio,  después mucho más claras,  y comenzó a preocuparse.  Una mañana llamó al administrador del edificio y le comentó lo de los ruidos y que a él le parecía que provenían del piso de abajo. 
-Imposible,  ese piso lleva desocupado mucho tiempo,  no tanto como el suyo,  pero va para mucho,  si –contestó el administrador- Pero si quiere lo abrimos y salimos de dudas,  ya sabe que hay mucho chaval sin casa,  que se cuela en donde puede.
Y así lo hicieron.  Ambos llave en mano entraron en el piso y todo estaba lleno de polvo,  en una atmósfera asfixiante de cerrazón absoluta. Tosieron,  hicieron aspavientos,  pero Segundo no cejó en rastrear toda la casa.  Nada,  ni una rata.  Los dos se quedaron satisfechos.
Esa misma noche,  cuando volvió el insomnio y sus paseos nocturnos,  volvió a gritar el fantasma:
-¡Vete, vete, fantasma!
Segundo,  empezó a comprender.  Bajó la escalera hasta el piso de abajo,  con miedo pero con seguridad,  y llamó a la puerta.  Al rato ésta se abrió y una sombra frente a él le dijo:
-¿Qué quieres?
Vengo a decirte que eres tú el fantasma,  no yo.
La sombra intento agarrarle del brazo y no pudo.
-¿Ves? Si no puedo agarrarte,  estás muerto.
-No –contestó Segundo,  no puedes porque estás muerto tú.  Coge aquel cenicero y lo verás.
La sombro estiró el brazo y no pudo sujetar el cenicero lo atravesaba con la mano.  Se sentó abatido,  y comentó:
-¡Estoy muerto! ¡Soy un fantasma! 
 Y soy capaz de remorirme de miedo,  esto ya es el colmo.
Segundo soltó una carcajada, y se contagiaron los dos.


 -Siempre hay evidencias que nunca queremos admitir-





Nená

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