Te prometí una tarde oscura
sin remiendos,
donde ir a esconder nuestra
lata de galletas.
El primer poema de amor
doblado en ocho partes,
las primeras sensaciones
que sentimos
cuando nos dieron un beso.
Aquel clavel de papel de servilleta,
que nos pusimos en la plaza mayor
¿recuerdas?
El corazón imposible en el
apunte de Teodicea,
y la palabra impronunciable
mientras leíamos las Confesiones.
El botón que arrancaste al idiota
malvado y petulante,
al que convenciste de que sin él
su suerte acabaría.
Nunca hubo una tarde oscura
sin remiendos,
pero supe esconder la lata de galletas
en un acantilado inasequible,
y por él pasarán tardes oscuras,
cientos de tardes oscuras
y sin remiendos.
Nená
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