No hay sosiego
para la mujer cansada,
Algunos días
ni sostiene las manos.
La agonía de ver como
la empujan a diario
a un vestido que ya la agota,
es extenuante.
Sólo ambiciona otras cosas,
un reclamar distinto
sin tanto carmín,
ni tanto lienzo
a las doce de la noche.
Nada mórbido
ni inaudito.
Singular,
ligeramente singular,
en un mundo con tantas
concesiones,
y tantos solicitantes.
Sólo un poco de reserva,
una chimenea prendida,
lluvia sobre alguna teja,
y los pies dos cojines más arriba
de una cabeza arengada por la multitud.
Nená
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