-Lo que la vida impone, lo que uno dispone-
Tres eran las ventanas,
tres los delirios.
Entenderlos a los tres
una cuenta sin dígitos.
El otero quiso silbar
a los tres en albedrío,
y como una monta de caballos
que se obliga,
los tres volaron al cerro
sin abrigo,
sin monedas,
sin hacer,
sin saber aún quiénes eran;
lo que podían,
lo que no podían,
lo que conocían,
lo que ignoraban.
Como aeroplanos fueron dando
brincos, piruetas, cabriolas,
hasta acabar cada uno
en un lugar distinto.
Se perdieron los tres delirios
sin saber aún quiénes eran,
y aún siguen pedidos
como tantos otros delirios,
forzados a ir con cinchos
y con brazal, y negarse,
o lo que es lo mismo,
con corbata o con manípulo.
Nená
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