lunes, 2 de enero de 2012


La intimidad al pozo, 
recóndita mina y sus laberintos, 
que con un trago de lo hondo 
sólo has mojado los labios. 
Aquel que es hidrófobo 
y que a la intimidad teme, por herencia cultural o por lo 
inadecuado -según él- 
de las formas, 
le regalo una hamaca al sol 
arriba en el parterre, 
y verá hondear los tendales 
con ropas cogidas por pinzas; 
y es que todo es intimidad, 
abajo o arriba, 
gradual,  personal,  llena de sellos. 
Por haber hay palabras y giros 
que nos distinguen de los otros, 
y formas de mover los ojos 
y de entornar las cejas. 
Cuando dudas  ¿qué haces? 
¿Te tocas el labio,  la nariz, 
desvías las vista a la derecha, 
a la izquierda? 
Hay cientos de gestos que nos delatan. 
Y aunque nos digan que no, 
la mayoría de las intimidades 
son farragosas, 
están desordenadas, 
son un caos anárquico. 
No saben muchos porqué sienten 
lo que advierten, 
ni se paran a pensarlo, 
creen que si lo hacen 
no saldrían del enredo. 
Pero la razón y la emoción 
no están tan alejadas, 
discuten a menudo  
pero se frecuentan. 
Por eso la intimidad al pozo 
que da menos contienda, 
aunque todo es intimidad desde los ojos. 




Nená

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