La intimidad al pozo,
recóndita mina y sus laberintos,
que con un trago de lo hondo
sólo has mojado los labios.
Aquel que es hidrófobo
y que a la intimidad teme, por herencia cultural o por lo
inadecuado -según él-
de las formas,
le regalo una hamaca al sol
arriba en el parterre,
y verá hondear los tendales
con ropas cogidas por pinzas;
y es que todo es intimidad,
abajo o arriba,
gradual, personal, llena de sellos.
Por haber hay palabras y giros
que nos distinguen de los otros,
y formas de mover los ojos
y de entornar las cejas.
Cuando dudas ¿qué haces?
¿Te tocas el labio, la nariz,
desvías las vista a la derecha,
a la izquierda?
Hay cientos de gestos que nos delatan.
Y aunque nos digan que no,
la mayoría de las intimidades
son farragosas,
están desordenadas,
son un caos anárquico.
No saben muchos porqué sienten
lo que advierten,
ni se paran a pensarlo,
creen que si lo hacen
no saldrían del enredo.
Pero la razón y la emoción
no están tan alejadas,
discuten a menudo
pero se frecuentan.
Por eso la intimidad al pozo
que da menos contienda,
aunque todo es intimidad desde los ojos.
Nená
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