Si me ves apoyar la cruz
en alguna libreta con el canto
mal encolado,
no hagas ruido.
En ese instante perdido
gana mi vida muchos años,
y mis ojos vuelven a ser
los de una niña.
Apoyo mi espalda en el tobogán
con cada término que trazo,
y en cada verso,
arriba en el columpio,
veo como el alma
de palmo a palmo,
se arrima al cielo.
Si llega el poema
-siempre generoso-,
todo gira en el parque
y escucho las risas pequeñas
de otros niños
y una voz de mocosa tierna
me grita:
¡Vamos Nená,
lánzate por el tobogán de nuevo!
Nená
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