La vida se me duerme
en el hombro,
se cobija como yo me abrigo
debajo de un árbol,
a medio camino de la espesura.
Descansa de sí misma,
de estar siempre avistada,
examinada, corregida,
como un enorme almanaque.
Nos miramos sesgadamente,
y acallamos las ganas
de quedarnos quietas,
siempre se sigue,
siempre.
Yo no miro el camino,
ella ya lo conoce.
De nada sirve el puntapié,
la coz, la palabrota,
afanarse y proseguir,
y de vez en cuando buscar
la sombra de otra encina.
Nená
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