No alimento mi ignorancia
sobre este Dios tan cercano,
pues él sabe
que ya no puedo sostenerme
en la jarcia de esta barca
que él mismo botó en mi nombre.
Le hablé de frente,
aunque un rezo en la punta
de la lengua
burló mi franqueza.
Yo sabía que no quedaban caminos
sin piedra,
si sandalias fieras
que mordieran lo pendiente,
pero me quede mirando la amapola
y me vi como ella,
la hija primogénita
de un Dios mucho más lejano
al otro lado del talud.
Nená
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