Como supo tapió a la bestia,
con sus manos encallecidas
disfrazó de cuento,
la fealdad ulcerada de otros.
No era más que un niño
ceñido a otros niños,
cuando dieron mal a tantas aves;
no tenía competencia ni estudios
y se crió en ese eclipse.
Su corazón el de un corcel
que quería trotar sin demora
hasta el fin de los días.
Tras las llagas de sus manos
el sentir de un poeta,
no el rimador, ni el rapsoda,
el ser humano sencillo
que ve la vida atada
a una sensibilidad distinta.
Nená
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