Regálame ese espacio diminuto
de punta a punta,
que se pierde en un saludo,
el hurto de una mueca.
Légame entre pestaña y pestaña
el tris de tu sonrisa,
cuando te subes al taxi o te bajas,
pides en la barra,
cruzas, haces un tic
tropiezas, o te abotonas
-siempre mal-
la chaqueta.
Regálame el esbozo de Madrid
que hace tu ojo:
cómo tú lo miras,
cómo te toma el pulso
y te respira;
que yo te daré un susurro
que hable de almendros
y aromas de un mar con calima.
Nená
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